SEMBLANZA ARTÍSTICA DEL TENOR: “MIGUEL FLETA”

                                           Por: Miguel Ángel Santolaria

 

 

Muy raro es que nadie que haya nacido en las tierras aragonesas, no conozca algo de la vida y obra artística de uno de los más grandes genios nacidos en ella como fue Miguel Fleta. Me limitaré pues, muy en síntesis y de una forma muy sucinta, a comentar algunos apuntes biográficos  del gran tenor y un breve panegírico sobre el prodigio de su voz única.

Miguel Fleta, nació en el municipio oscense de Albalate de Cinca, a las 23 horas del miércoles uno de diciembre de 1897 y su niñez fue dura y cruel trabajando como criado, desde su más tierna infancia, para un rico labrador del lugar y, posteriormente, en los albores de la adolescencia, como peón en las obras del canal de Aragón y Cataluña.

Con dieciocho años, se trasladó a Zaragoza para trabajar en las torres de sus hermanas, Clara e Inés, que estaban casadas con agricultores del barrio de Cogullada. Poco a poco, fue haciéndose a la vida capitalina y pronto adquirió fama como excelente cantador de nuestra jota aragonesa, hasta tal punto que, asesorado por Miguel Asso, se presentó al Certamen Oficial de Jota, no obteniendo ningún premio en el mismo.

La decepción de la derrota le llevó a Barcelona, recomendado por su hermano Vicente, que trabaja allí como guardia urbano, para realizar una prueba en el Conservatorio de la ciudad condal. Escuchado por la excelente soprano y profesora de canto, Luisa Pierre Clerc, adivinando el filón que Fleta atesoraba en su garganta, se encargó personalmente de su educación musical y en tan solo dos años lo transformó. Terminó en ese periodo la carrera, que costaba de cinco años, y lo convirtió, no sólo en un magnífico tenor, sino en un elegante y culto personaje.

La carrera de Miguel Fleta fue vertiginosa y fue aplaudido y glorificado en los más grandes teatros del mundo, sin distinción de clases y de razas. Su voz era única en el orbe y excepcional, tenía todo: Homogeneidad en el color, belleza misteriosa en el timbre, así como en los agudos más potentes; tras un pasaje de registro que no parecía existir, poseía la facultad privilegiada de tomar una nota determinada en mezzoforte y apianarla sin perder color, tersura, timbre, ni vibración.

Muchos testimonios de autoridades incontestables de su época quedan reflejados con letras de oro en las páginas de la historia del bel canto. Con referencia al estreno mundial, en el Teatro de La Scala de Milán, de la ópera póstuma de Giacomo Puccini, Turandot, en el año 1926, el eminente musicólogo y gran director de orquesta, Gianandrea Gavazzeni, escribió: “Con los debidos respetos o otros Calaf de la historia de Turandot, nunca he oído cantar a nadie como lo hizo esa noche, Miguel Fleta, fue primoroso”. Angelo Masini, un príncipe entre los tenores que dio Italia a finales del siglo XIX, expresó, ya en su madurez: “Miguel Fleta es el mejor de cuantos tenores escuché: ¡Lo tiene todo!”.

Pero Miguel Fleta, como Alejandro Magno y otros mitos de la historia, tuvo una existencia efímera. Falleció, inesperadamente, de un ataque de uremia, en su casa de La Coruña, el 29 de mayo de 1938, a la temprana edad de cuarenta años.

Uno de sus biógrafos más ilustres, Andrés Ruiz Castillo, es el que quizás más bellas palabras dijo de él:  “Sí alguna vez se escribe, siquiera sea una modesta mitología de los héroes de Aragón, la figura de Miguel Fleta, el tenor de la voz apasionada y brillante, tendrá en las páginas del libro un lugar preferente. Fue uno de esos hombres extraordinarios a quienes Dios señala con su índice omnipotente para colocarlos en la cumbre del mundo, por encima de todas las posibilidades de la mezquina y doliente humanidad”.    


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