La fuente de la Hispanidad, la fuente del dragón emergente, la fuente de la incrédulos o la fuente del Batallador son algunas de las más famosas de la capital aragonesa, pero… ¿cuál es la fuente más antigua de Zaragoza? Ese puesto lo ocupa la fuente de la Princesa. ¿Conoces su historia? ¿Sabrías decir dónde está ubicada? Descúbrelo en las siguientes líneas.
La historia de la fuente de la Princesa
La conocida como fuente de la Princesa o fuente de Neptuno fue la primera fuente urbana monumental de agua potable de Zaragoza. Fue de suma importancia para la ciudad ya que no existía el agua corriente. Se ubicó en el centro de la urbe, en la plaza de San Francisco, después llamada de la Constitución y hoy de España.

Fuente: Hulton Archive / Getty Images
Durante años cumplió su función de abastecimiento de agua para los vecinos de la zona y sirvió de punto de encuentro. Esto último no ha cambiado con el paso del tiempo, pero existe una pequeña diferencia. Ahora, en vez de reunirse en este espacio para buscar agua y llenar los toneles de los aguadores, se queda para comprar ropa en Bershka, cazar pokémon o calentar motores para el juepincho en la Madalena.

Fuente: Archivo Coyne. A.H.P.Z.
Pero, ¿por qué y cuándo se construyó? En el año 1.833 se colocó la primera piedra con un claro objetivo: «eternizar» el juramento como Princesa de Asturias de la heredera al trono, la futura reina Isabel II. No fue hasta el 24 de julio de 1.845 cuando la fuente más antigua de Zaragoza comenzó a emanar agua. En un principio, se pretendía traer las aguas desde los ‘Ojos de Pinseque’, pero surgieron problemas y se paralizaron las obras. Por ello, se abasteció con el agua del Canal Imperial de Aragón.

Archivo Histórico Provincial de Zaragoza. Archivo fotográfico Coyne. Documento audiovisual
Debido a las necesidades de ampliar la plaza para dar más holgura al tráfico rodado, en 1.902 la fuente fue desmontada y sustituida por el ‘Monumento a los Mártires de la religión y la Patria’.
Los padres de la fuente más antigua de Zaragoza
La fuente más antigua de Zaragoza comenzó a tomar forma a partir de un proyecto de los arquitectos José de Yarza y Joaquín Gironza. Pero a este planteamiento inicial le faltaba algo. La fuente pedía a gritos una figura para adornarla. Así pues, el encargado de fabricar la guinda del pastel fue el escultor natural de Alcañiz, Tomás Llovet (1.770-1.842), que trabajaba como profesor de la Escuela de Bellas Artes de Zaragoza. El artista recuperó una obra que había esculpido en el pasado por iniciativa de los franceses y presentó un nuevo modelo para la fuente. Su propuesta fue aprobada y la fuente adoptó la imagen que Llovet había imaginado para ella.
Neptuno, rey de los mares y de Zaragoza
La fuente consta de una pirámide truncada cuyos ángulos se visten con las figuras de cuatro delfines que expulsan agua por la boca. Entre estas criaturas puede leerse cuatro inscripciones alusivas a Isabel II. Esta es una de ellas: «ni á mejor Princesa; ni á pueblo más fiel; ni en suelo más ilustre; pudiera dedicarse esta memoria».

Fuente: Guadalupe Fernández
Esta estructura sirve de base a la escultura que corona la fuente más antigua de Zaragoza, la cual rinde homenaje al señor de los ríos y mares. ¿Un siluro del Ebro? No, más bien el Aquaman de la Antigua Roma: Neptuno. El Dios preside el conjunto. La estatua se encuentra de pie en actitud de mandar las aguas, en su mano izquierda sostenía un tridente, emblema de la deidad, hoy desaparecido. Esta construcción se inspira en la Fuente de Neptuno del Paseo del Prado de Madrid.
El viaje de la fuente más antigua de Zaragoza
Hasta que esta fuente encontró su localización definitiva pasó por distintos espacios. En otras palabras, la fuente de la Princesa ha viajado más que tú y que yo este verano. Cuando fue desmontada en 1.902 de la actual plaza de España fue almacenada durante años en los almacenes municipales.

Fuente Gerardo Sancho. Archivo del ayuntamiento de Zaragoza.
Más tarde, le quitaron el polvo y volvió a ver la luz del sol, en concreto, en la arboleda Macanaz. Por allí, a orillas del Ebro, pasó sin pena ni gloria, pues, como el río, guardó silencio al pasar por el Pilar. Ni siquiera el agua brotó de sus chorros. Finalmente, en 1.946 se trasladó al lugar en el que hoy en día podemos admirarla, en la Glorieta de la Princesa, en el parque Grande José Antonio Labordeta.