Pues ya está. Fin del verano.
Sí, me sé las fechas del equinoccio de otoño, pero también sé que para todos —o casi— el verano acaba con «la vuelta al cole», que puede ser en forma de colegio, de instituto, de universidad o de trabajo. También a otras realidades en las que ninguno de esos elementos aparece, por gracia —jubilados, millonarios y bebés de cuna— o por desgracia —desempleados, personas que no pueden acceder a un trabajo por los motivos que sea, enfermos y otras muchas realidades que no caben en esta acotación.
Para mí, el verano acaba cuando comienzo a ver carritos vacíos.
Y es que un día, de repente, todos los abuelos, abuelas, padres y madres que hacía solo unos días paseaban por la calle con bebés y niños de edad prescolar, de repente, aparecen a las nueve de la mañana paseando carritos vacíos, cuyos propietarios —véase, los peques— han abandonado tras semanas de vacaciones para volver a sus plazas en las diferentes escuelas infantiles.
Esa mezcla entre desahogo por dejarlos —algún día habrá que hablar sobre conciliación y la ausencia de centros escolares y prescolares en verano— y pena por dejar de pasar el cien por cien del día con ellos.
No, no quiero que abran todo el año para poder “encasquetarlos” allí y poder trabajar, sino que habría que plantearse si es posible, en la pura realidad, que sea necesario que todos los miembros de una familia trabajen para poder subsistir, pero a la vez sea imposible cuidar de un niño mientras se trabaja, a no ser que se tenga una red familiar extensa y disponible, que no todas las familias tenemos.
Sea como fuere, se sobrevive. Se salva la situación a base de concesiones de uno u otro de los padres en favor de la familia y en contra de su imagen o proyección laboral. Porque a eso voy. ¿Cómo afecta a un trabajador —especialmente, y no nos andemos con remilgos, a una trabajadora en la mayoría de las ocasiones— el tener que solicitar una excedencia, reducir su jornada o acumular vacaciones para el mes de agosto con tal de cuidar de sus hijos? ¿Cómo es visto por las empresas? ¿Entorpece una posible promoción futura? ¿Cómo afecta a un autónomo —entre nosotros, autónoma— paralizar o reducir el ritmo de su proyecto por cuidar de sus hijos, aunque sea temporalmente?
La conciliación va mucho más allá del embarazo, parto y postparto. La conciliación tiene que ser un modelo de pensamiento vertical, que comience por “arriba” y llegue hasta “abajo” porque, a veces, la ley va más rápida que las mentes.
En todo caso, ya hay carritos vacíos por la calle. También la carretera a PLA-ZA vuelve a llenarse. Los carteles de «cerrado por vacaciones» se han descolgado.
Y aquí estamos de nuevo. Preparados para un curso más.