Soy de esos zaragozanos a los que el verano pilla siempre por sorpresa. No por ser insensible al aumento de las temperaturas o por no darse cuenta de que la Z-40 está menos congestionada cada día, en función que avanzan los meses estivales.
Sí, eso lo sé. Lo veo, lo noto. Hasta lo huelo. Pero es como si perdiera la noción del tiempo, como si mi cerebro obviara lo que significa que julio esté acabando. Y, de repente, agosto otra vez.
Lo único que me alerta de que empieza, en realidad —en mi realidad, al menos— el verano es que este fin de semana son las fiestas de mi pueblo. De Huesa del Común (comarca de las Cuencas Mineras, Teruel).
Volverán las verbenas nocturnas, las visitas a las peñas, el tiro al botijo, el concurso de disfraces. Este año, un poco más especial. Si el año pasado pensaba que era un acontecimiento pasar esas primeras fiestas con Balma (que tenía apenas 6 meses) este año es todavía más importante: y es que Balma ya no es una minipersona que come, duerme y sonríe, sino que ya se ha convertido en un ser humano que baila, no para de hablar —aunque la mayoría de palabras solo las entienda ella—, corretea y come más que nosotros.
Es el momento. El momento de empezar a curtirla en algo que en Aragón se nos da tan tan bien: las fiestas de los pueblos y los pueblos en sí mismos.
Si estás leyendo esto y “tienes un pueblo” sabes de lo que te hablo. De esos primeros romances, las primeras aventuras, de la libertad de caminar por la calle sin tener que dar la mano, del volver tarde a casa, de ver la lluvia de estrellas a la altura de los huertos, de la colina o del campo de fútbol.
Me siento muy afortunado de que Balma pueda vivir esa vida que yo viví, lejos del tráfico, del asfalto y del deber. Esos veranos de ocio, de amigos, de río y de verbenas.
Porque ella tendrá su vida aquí, en Zaragoza, entre guardería —ahora—, colegio, extraescolares y eventos de postín. Pero, si es como su padre, en pleno agobio del día a día, en plena vorágine de la sociedad en la que nos movemos hoy, dentro de unos años… de repente, un día de finales de julio sentirá el calor, verá que hay menos atascos y pensará… “y agosto otra vez”. Sonreirá y nos preguntará cuál es el nombre de la orquesta del día grande de las fiestas. Y yo sonreiré, le responderé que no lo sé, pero que bailaremos hasta la discomóvil.
Podría llamarse adoctrinamiento, pero prefiero llamarlo tradición.
Benditas tradiciones aragonesas. Feliz verano. Felices fiestas.