Por Juande Blasco
Con la última semana del año agonizando en nuestras agendas y calendarios, parece que tengamos que echar la vista atrás casi por obligación para hacer balance y elaborar una lista de propósitos para el Año Nuevo. ¿Para qué? ¿Vas a ir más al gimnasio si te apuntas a partir del día 1? ¿Me hablarás en coreano dentro de unos meses? ¿Me aseguras que este verano podrás tocarme más de tres canciones con tu nuevo ukelele? Nada me gustaría más que todo esto fuera cierto, de verdad, pero esa ilusión que ahora nos desborda suele desvanecerse cuando la realidad de la rutina que llevábamos vuelve. Antes de que venga el 2024, ¿por qué no nos dejamos de listas y somos nosotros los listos?
¿Quién nos metió en la cabeza eso de comprarnos un billete hacia la frustración imponiéndonos a nosotros mismos expectativas y objetivos que sabemos que difícilmente cumpliremos? Por lo visto, el año nuevo ha venido desde tiempos inmemoriales con un manual de instrucciones que dice que cambiar de cifra conlleva promesas de renovación y la ilusión de creer que puedes dejar todo atrás por arte de birlibirloque. En estos tiempos en los que está de moda tener la luna en Géminis, preguntarle sobre tu vida sentimental a ChatGPT o buscar respuestas inefables en el oráculo de TikTok, me gustaría saber qué hace que sobreviva este pensamiento mágico con tanta Ciencia a nuestro alcance. ¿Dónde queda el esfuerzo? ¿Qué ha sido de nuestra capacidad de razonar para elegir lo que es sensato y nos hace bien? ¿Hasta cuándo seguiremos mirando las estrellas para pedir el milagro? Quizás sea necesario creer en lo imposible para seguir avanzando, para sentir algo de ayuda extra y no contar con todo el peso de la existencia sobre nuestro agotado corazón.
Caigo en la trampa, como Orfeo, y miro hacia atrás. 2023 ha sido un año peculiar, con los ingredientes necesarios para querer olvidar, pero también con momentos y logros dignos de recordar. Ni siquiera me molesto en colocar las cosas sobre la balanza. Lo bueno está más que entretejido con lo malo y la conclusión para mí siempre es la misma: no cambiaría nada. En 2023 seguí sin terminar de escribir lo que quería escribir, me distancié de una buena amiga, conseguí un trabajo que adoro, tuve que acompañar a mi perro en sus últimos suspiros, asistí a la increíble boda de mi amigo en el monasterio de Piedra, hice nuevas amistades a quienes confié mis mayores secretos sin miedo alguno, releí Sueño en el Pabellón Rojo, aprendí a hacer tiramisú, me enamoré y volví a romperme el corazón. ¿Qué puedo hacer para que 2024 me renueve, me devuelva lo que 2023 me arrebató y me garantice las dosis de dinero, salud y amor que necesito?
Pobre 2024. Ni siquiera ha empezado y ya cuenta con tanta responsabilidad en sus manos. El año nuevo son los verdaderos Papá Noel y Reyes Magos. Todos volcamos tantos deseos en la promesa de un cambio que olvidamos la magia de la que somos capaces por nosotros mismos. Nosotros nos rompemos, pero también nos recomponemos. Caemos, pero nos levantamos. Aprendemos idiomas que se hablan en la otra punta del planeta. Transformamos nuestro cuerpo creando nuevos hábitos. Cambiamos la vida de las personas. Amamos pese a las muchas razones por las que protegernos y no hacerlo. Descubrimos cosas y personas que ayer no sabíamos ni que existían. Saboreamos un nuevo café cada día. Nos emocionamos con una película que es una mentira. ¿Realmente importa la fecha en la que obramos nuestros milagros? La fuerza nunca vino de fuera.
Viene un nuevo año. También hoy viene un nuevo día. Rodéate de esa gente con la que no tienes que esforzarte para parecer divertido. Encuentra una ilusión. Enamórate. Díselo. Equivócate (¡o no!) Rompe tu corazón. Vuelve a empezar. Cuenta hasta diez en japonés y ahorra para ese vuelo a Tokio. Haz ejercicio a diario. Come saludable, pero de vez en cuando date un capricho. Sal a pasear y, por favor, presta atención, absorbe todo lo que puedas mientras puedas. Quizás el 2024 no nos renueve automáticamente, pero si hay algo que nos da es más tiempo. Tiempo para empezar de nueve, que es incluso mejor que empezar de cero. Haz con ese tiempo lo que yo: un maño nuevo, a partir de hoy