Querido diario,
Hoy comienza oficialmente mi cuarentena. Este fin de semana nos ha servido de entrenamiento, para aclimatarnos al que va a ser nuestro reducido hábitat durante 15 días. Todo parecía más fácil al principio. El plan sofá, manta y neftlix siempre es bien. Pero, una vez devorada la tercera temporada de Élite, me di cuenta que esto iba a ser mucho más duro de lo que pensaba. Y no fui el único que llegó a esa conclusión. Mientras unos corrían al Mercadona para acabar con las existencias de papel higiénico, yo me dirigía al altillo para desempolvar mi antigua PlayStation y averiguaba cómo funcionaban las llamadas en grupo de WhatsApp. Sin ser consciente de ello, me di cuenta de que volvía a tener 12 años y mi máxima aspiración era conocer todas las opciones de Minijuegos. Espero, por el bien de mi ordenador, que en 2020 el antivirus sea más resistente que en 2007.
Al mismo tiempo, realice una averiguación que todavía me tiene consternado: en mi casa viven otras tres personas. Ah, y un gato. Su cara me suena, pero ahora mismo no recuerdo sus nombres. Si no me equivoco, creo que uno se llama Papá y la otra Mamá. No estoy seguro. Es gente muy agradable y, por lo visto, me conocen muy bien. Pero no todo ha sido color de rosa. Era obvio que algún problemita iba a surgir y, en mi caso, ese contratiempo tiene nombres propios: Manoli y Paco, mis vecinos. Este maravilloso y encantador matrimonio ha decidido que estos días eran los más adecuados para realizar obras en el piso. Desde aquí quiero mandarles un saludo, a ellos y a toda su familia, que últimamente están muy presentes en mis oraciones, y quiero sumarme al movimiento #MisVecinosTambienMeQuierenJoderLaVida.
Al ver los vídeos en las redes sociales y los informativos de las increíbles iniciativas que algunas comunidades están realizando -jugar al bingo, celebrar una fiesta en los balcones o aplaudir a todos los profesionales que nos están ayudando a sobrellevar está crisis- me pregunto por qué mi edificio está habitado por seres tan «especiales» que se niegan a comunicarse. Pero hemos de recordar que somos un país que vio en televisión como la Hierbas mataba a Paloma Cuesta tirándola por un tendedero. Un hecho que nos marcó seriamente e inspiró desconfianza a todos los españoles respecto a sus vecinos.
En definitiva, he llegado a la conclusión de que tengo que hacer algo para no volverme loco. He intentado sacar a pasear al gato, pero no se deja, así que he realizado una lista de propósitos como si de año nuevo se tratara. Esta vez para cumplirlos, que en casa el postureo no sirve para nada. Mi madre es más de repartir miradas de reproche que likes. No es muy amiga de que me ponga el chandal únicamente para hacerme la foto para Instagram. Así pues, mis principales objetivos son adelantar la operación bikini, comenzar a escribir un libro, aprender las recetas de mi abuela, desarrollar mi talento musical consiguiendo tocar el ukelele que me regalaron hace tres navidades y tal cual me lo dieron ahí se quedó, hacerme una maratón de películas nacionales y madrugar. Bueno, está claro que lo último no lo voy a hacer.
Esta es mi plan para la próxima quincena. Yo creo que podré cumplir todas estas tareas en este período de tiempo, que curiosamente es el mismo que, según mis cálculos, me durará mi reserva de cervezas Ambar. Si se acaban, no sé qué será de mí.
Seguiremos informando.