Top 5 cosas que hacen los abuelos de Zaragoza (y que deberían ser Patrimonio Inmaterial)

Hay ciudades en las que los abuelos pasan desapercibidos. Y luego está Zaragoza, donde los abuelos son prácticamente una institución. Una mezcla de Google Maps viviente, meteorólogos expertos en cierzo y cambios de tiempo y guardianes del orden comunal. Durante décadas, han convertido ciertas costumbres en algo tan zaragozano como el Pilar, el ternasco o quejarse del tranvía haga lo que haga.

Este es el Top 5 definitivo de cosas que solo hacen los abuelos de Zaragoza. Costumbres que no se estudian en ningún sitio pero que cualquiera que viva aquí reconoce al instante.

1. Pasear por el centro como si fueran accionistas del Paseo Independencia

Los abuelos de Zaragoza no pasean: desfilan. Avanzan con paso firme por Independencia, Plaza Aragón, el entorno del Pilar o San Miguel como quien está inspeccionando su propiedad. Y de alguna manera, lo es. Llevan pateando esas calles más años que algunos edificios llevan en pie.

Además, tardan una hora en hacer 200 metros, pero no porque anden despacio, sino porque tienen más vida social que un influencer en temporada alta.

Saludo típico:
— ¿Pero tú por aquí?
— Pues como siempre, hija, dando una vueltica.

Este ritual incluye:

• Parada técnica para comentar el cierzo.
• Actualización de la situación del barrio.
• Quejas sobre alguna obra nueva.
• Revisión de la bolsa de la compra ajena.

Si un abuelo zaragozano no conoce al 50% de la gente que se cruza, sospecha que algo raro pasa.

2. Hacer la compra diaria como si fueran brokers de Mercazaragoza

Mientras el resto de mortales hacemos compra semanal o directamente pedimos por internet, los abuelos mantienen viva la tradición: salir a por cuatro cosas y volver con dos bolsas, un ofertón y una historia.

Van a la frutería, a la panadería, al mercado, al supermercado “por si acaso”, y comparan precios con una precisión científica:

— Hoy he visto el calabacín a 1,69.
— ¿Dónde?
— En la frutería de la Pili. En el súper estaba más caro. Un robo.

Son capaces de recorrer tres calles para ahorrar 30 céntimos en un tomate, pero con una alegría que ya quisiera cualquiera que gestiona un presupuesto. Y siempre tienen un consejo financiero:
— No pagues más por lo mismo, hijo.

Si los dejaran gestionar el presupuesto municipal, probablemente sobraría dinero para arreglar todas las rotondas y aún quedaría para poner toldos en San Juan de la Peña.

3. Montar tertulias eternas en los bancos

No es un mito: los bancos son parlamentos improvisados. Allí se decide el futuro de las temperaturas, se evalúan los fichajes del Zaragoza y se debate si la calle tal estaba mejor antes o ahora.

No existe un protocolo oficial, pero las tertulias funcionan así:

1. Llega uno y se sienta.
2. Llega otro que lo conoce “de toda la vida”.
3. Aparecen dos más, atraídos por la conversación como palomas por una bolsa de pan.
4. De repente, hay un foro ciudadano.

Los temas más recurrentes:

• El tiempo: “Maño, qué ciercera.”
• El barrio: “Antes sí que había tiendas.”
• Las fiestas: “La Ofrenda ya no es lo que era.”
• Nietos: “El mío ya sabe sumar con llevadas.”

Si algún día se hiciera un estudio serio, probablemente descubriríamos que la mitad de la información que circula en Zaragoza sale de estos bancos.

4. Ser los guardianes oficiales de las tradiciones… y del vermú

Los abuelos zaragozanos mantienen vivas más tradiciones que un museo etnográfico. No hay vermuteo bueno sin ellos. Ni un plan mejor que una tarde de guiñote.

Y si estás en una plaza de pueblo del entorno de Zaragoza y ves una cuadrilla en mesa larga con vino, longaniza y anécdotas interminables, no necesitas más datos: has encontrado un hábitat natural de abuelos zaragozanos.

Son tradición pura, pero también son fiesta. Nadie disfruta tanto una ronda como ellos.

5. Contar la historia de Zaragoza mejor que cualquier libro de texto

Si preguntaras cómo era Zaragoza hace 40 años, no hace falta ir a un archivo: basta con sentarte con un abuelo. Te explicarán cuando no existía el tranvía ni la mitad de los puentes, que el Actur era prácticamente campo, qué zonas se inundaban cuando el Ebro venía fuerte, qué había “antes de que levantaran todo esto”…

Son una mezcla entre Wikipedia y “Cuéntame”, pero con más exactitud y mejores anécdotas.

Y ojo: recuerdan cada fecha, cada detalle, cada tienda cerrada, cada bar donde se servía “el mejor carajillo de Zaragoza”.

La memoria histórica de la ciudad está en su cabeza y la cuentan con un orgullo que no tiene nada que envidiar al de un cronista oficial.

Los abuelos de Zaragoza hacen cosas que no aparecen en ninguna guía turística, pero construyen la esencia de la ciudad: conversación, vida en la calle, tradición, humor, queja razonable, sabiduría práctica y ese sentido común que solo dan los años y el cierzo bien soplado.

Son parte del paisaje emocional y cultural de Zaragoza. Y, por mucho que todo cambie, seguirán haciendo estas cinco cosas con la misma convicción: porque así se ha hecho siempre y porque, sinceramente, funciona.