Hace siglos, un 27 de marzo, en un lugar salvaje, nació Teatro. Nació en el seno de una familia humilde, la familia Necesidad. La necesidad de ser contado y la necesidad de ser escuchado. Nació entre rituales y danzas, arropado por la intensidad, la pasión y el recuerdo. Por el llanto desconsolado que estrangula las gargantas, por las carcajadas que curan el alma y por el miedo de arriesgar. Por el olvido, por el sueño, por los nervios. Por la adrenalina, el fracaso, la histeria y la vocación. La razón, el sentimiento y la emoción. Por la voz quebrada, el grito roto y por el cuerpo entregado en todo su ser.
En ese mismo instante, todos supieron que había nacido para quedarse. Que iba a romper todo lo que estaba prohibido, siendo, que el mejor de los pecados ha sido, es y será el haberle conocido. Sería entrenado para ver lo que no mira nadie, para doler y rescatar a aquellos que lo tuvieran en sus vidas. Para ser Puro Teatro. La incertidumbre avisó, que no sería fácil, ni para él, ni para nadie; que triunfaría y se alzaría como el telón y descendería sin alas para estrellarse, pero que siempre, se salvaría, permanecería y sonreiría como si nunca le hubiesen hecho daño. Que nada ni nadie, a lo largo de la historia, iba a permitir que cayese en el olvido. “¿Morir? ¿Debería de morir? No, jamás”, se dijo así mismo.
Teatro no entendía muy bien para que había nacido: “¿Quién quiere ocultarse en lo desconocido? ¿Quién quiere curarse si aún no ha sido herido?”. Pero no le hizo falta mucho tiempo para comprenderlo.
Comenzó paso a paso en la antigua Grecia, haciéndose notar entre los hombres. Continuó yendo por los castillos y cortes, de juglares en bufones e incluso haciendo que, para poder sentirlo, los hombres fueran mujeres. Enfrentando ricas familias, entre las cuales existían antiguas discordias, entre las cuales cruzaban fieras palabras y a veces, derramaban sangre. Hacía que los Romeos llamaran al cielo por testigos de que nada estaba tan lejos de sus almas como el poner sus sombras de deshonor en tales altas señoras; haciendo de esta manera, que las Julietas sufrieran de amor: “sufrir de amor. Precioso epíteto”. Entrelazando tiempos y mundos haciendo ver lo que es y lo que no es: “lo que veas al despertar, no podrás menos de amar”, hechizó Oberón a su Titania. Saliendo a las calles a recitar hasta atravesar las bambalinas para pisar fuerte los escenarios. Teatro tiene el poder de hacer cualquier sitio su lugar.
Conforme iba creciendo, se dio cuenta que cada vez se enfrentaba a un lienzo en blanco, a una historia por pintar. Poniéndote una y otra vez su mundo en tus brazos. Haciendo que cada baile merezca la pena.
Gremio de gremios valientes, donde todas y todos quieren ser lo que nunca han sido, son y serán. Tenía, tiene y tendrá el poder de dar voz con esa fuerza única con la que nació. Transformando y haciendo realidad todo aquello que toca. Se dio cuenta entonces, que era el mismo que mata y asesina, el mismo que hace renacer y vivir. El mismo que te coge el corazón con el puño y se mete contigo en la boca del lobo sin mirar atrás. El que tiene alas de colores que te hace despegar. El que crea la adicción de querer vivir con él, de estar todo el tiempo junto a él. Los que lo consumimos, elegiremos volar a hundir los pies.
Teatro, donde nacen los sueños, donde yo aprendí a volar.
Relato escrito por Macarena Buera.