DE MELODY, EUROVISION Y EL ZGZ FLORECE 

En un mundo como en el que vivimos, lleno de personas que hacen el constante esfuerzo de disimular sus ilusiones, en una sociedad nihilista que ha perdido el sentido de casi todo (ni dios, ni patria, ni futuro, ni vida después de la muerte… la nada) y que se entremezcla por las apariencias sin fondo y el fondo sin apariencias, aparece alguien como Melody.

La carrera de Melody comenzó en el año 2000 —cuando solo tenía 10 años— y solo un año después sacó el que posiblemente fue y sigue siendo su mayor éxito: «el baile del gorila».

Esta introducción no es porque yo sea fan de Melody (oye, que no me cierro), sino porque creo que es muy complicado que la que podría considerarse una niña prodigio (más por el éxito que por el talento, posiblemente. Ahí ya no me meto) y que destacara por algo tan remarcable como una canción repetitiva en la que bailaba de lado a lado del escenario moviéndose como un primate mientras hacía “uh-uh-uh-uh” haya «sobrevivido» a algo así. Haya logrado seguir de pie tras algo que habría tumbado hasta a los más grandes: el hecho de quedar en la retina de todos como la niña que bailaba el «pata negra».

Cualquiera podría haberse borrado del mapa o, todavía más fácil, dejarse borrar del mapa. 

Pero Melody no. 

6 discos. 46 singles. 11 colaboraciones. 3 bandas sonoras.

Y una y otra y otra y otra vez, en un intento repetido de darse de cabeza contra la pared sabiendo con total seguridad que nunca conseguiría un éxito como el que había conseguido con solo 10 años. Y es que no hay nada peor que el éxito temprano, pues nos lleva a dejar de caminar por haber corrido.

Y en esas aparece el Benidorm Fest y Eurovisión. Y en estas nos viene una Melody despampanante, disfrutona, sin tapujos ni vergüenzas. Con un inglés más español que la tortilla de patata (como el de la mayoría de nosotros), pero una sonrisa inmensa; un “apártate que ya lo hago yo” que nos ha embelesado a muchos. No por, repito, la calidad de Esa diva (no me meto) o su saber estar (que no lo cuestiono), sino por la capacidad de saber disfrutar, de saber vivir la experiencia como algo que nunca volverá. Como si se hubiera marcado a fuego aquellos éxitos del «gorila» para recordar siempre que hay tiempos maravillosos que dejamos pasar sin devorarlos pensando que serán eternos, pero que, en realidad, como todos los tiempos (maravillosos o no), tienen fecha de caducidad. 

Como si se hubiera marcado a fuego aquellos éxitos del «gorila» para recordar siempre que hay tiempos maravillosos que dejamos pasar sin devorarlos pensando que serán eternos, pero que, en realidad, como todos los tiempos (maravillosos o no), tienen fecha de caducidad. 

Se ha comido Eurovisión y eso nadie se lo puede quitar.

Y eso que Eurovisión se la ha intentado comer a ella. Bueno, y a RTVE. Bueno, y a Gaza.

Y es que caminamos por un tablón que descansa sobre la regala de un barco. A un lado, la corrección política. Al otro, la obligación imperiosa de la defensa de los derechos humanos. Es imposible quedarse en el medio, simplemente decidir si caer para un lado o para el otro. Lo que no sabemos es dónde está el agua y dónde la cubierta.

Pero lo que está claro es que si hay un lugar donde ser activo políticamente es en lo grandes eventos patrocinados y promocionados por los grandes entes públicos. De poco sirve defender a capa y espada tus ideas políticas alrededor de la mesa de una terraza con dos tercios ya en el cuerpo, si cuando se te va a oír (OÍR, con mayúsculas) apagas la voz.

El esfuerzo constante por despolitizar los grandes acontecimientos («esto es fútbol, no política. Esto son los Goya, no política. Esto es Eurovisión, no política) hace que a quienes los organizan les dé miedo que seamos capaces de expresar en un foro —en el que sí están presentes— nuestras opiniones, oficiales y oficiosas. 

Y es ahí donde entra el ZGZ Florece, como ejemplo de todo lo demás. El esfuerzo magnífico de la ciudad y sus estamentos oficiales en sacar la vida de los barrios y ponerla en las grandes plazas, de eliminar los comercios locales para plantar Starbucks, de sacar todo lo que huela a plebe y posicionarlo como «la capital de…».

Hemos sido el Zaragoza Luce, el Zaragoza Florece (que, por cierto, le “roba” un día a la Feria del Libro, pero eso es otro cantar) y estamos a punto de convertirnos en «la capital mundial de la garnacha». Casi nada… 

Nos estamos convirtiendo en el sumun de los eventos despolitizados (para los asistentes, no para los organizadores, por supuesto) y organizados por los grandes estamentos públicos, por quienes mantienen el poder. Es complicado pensar que la globalización haya llegado incluso a las celebraciones, dedicando cada vez menos recursos a las fiestas populares en las que apenas se pueden reparar los cabezudos de una u otra asociación vecinal, pero en la que se dedican cantidades ingentes de dinero en crear eventos «internacionales» que, en realidad, atraen a más bien poca gente. 

No imagino a nadie volando desde Hong Kong a Zaragoza para ver cinco estatuas de luz, colocadas estratégicamente en los lugares a los que no hace falta movilizar a la gente para que vaya (podría haberse fomentado la visita a barrios con más necesidad de visitas que el Puente de Piedra), ni entiendo sostenible el hecho de vender el Bosque de los Zaragozanos como la solución al cambio climático, mientras se peatonalizan calles a golpe de asfalto y de tala o se regala el agua de nuestros ríos a las grandes multinacionales de los centros de datos. O el uso del Parque Grande para eventos privados durante la Navidad y muchos otros etcéteras que no voy a enumerar porque ya os he aburrido lo suficiente. 

No sé. Seré yo, que estoy cabreado por esto, por todo y por nada a la vez.

Seré yo, que no puedo ser como Melody, que me conformo con disfrutar sin más.

Seré yo, que soy incapaz de no usar el altavoz que tenga a mi alcance (más grande o más pequeño) para decir muy cabreado que todo es política. Que todo espacio se puede convertir en un espacio de reclamación callejera, de denuncia de actos injustos o inhumanos.

Que 15000 niños asesinados bien merecen un mensaje institucional y un penúltimo puesto en Eurovisión.

Y que me alegro de que Melody se lo haya pasado tan bien.