Zaragoza
Amada Zaragoza,
San Valentín es el momento perfecto para escribir una declaración de amor, pero, en mi caso, la devoción es infinita. A tu vera no hay días mejores que otros, cada instante es una muestra única y sincera de afecto. Contigo no hay primeras veces, hasta donde alcanza mi memoria tú has estado ahí siempre. Muchas veces no soy consciente de que la diosa fortuna me ha sonreído, porque tú eres mía al igual que yo soy tuyo.
A tu lado, Zaragoza
Cuando estamos juntos un silencio sepulcral lo domina todo; el aire se vuelve más denso, pesa; y los rayos de luz aumentan su intensidad iluminando con claridad todo a mi alrededor. Frente a mí se alza la razón por la que escribo estas líneas, la culpable de la forma de mi ser y la protagonista de los mejores capítulos de mis vivencias. Tu belleza es tan antigua y divina que mis ojos terrenales no son capaces de admirar la totalidad de su grandeza. ¡Harta hermosura la de Zaragoza! Y es que la perfección de tus facciones es tal que no encuentro palabras para definirlas.
Tus penetrantes ojos rezuman historia, llenos de luces y sombras, de dolor y alegría, de ángeles y demonios. Tus pupilas son tan profundas que parecen no tener final, como un pozo sin fondo en el que una vez caes es imposible salir, y en el que, cada vez que miro, caigo de cabeza. Tu rostro, capaz de rivalizar con el marfil más puro, es un espejo a los más profundo de mi ser, tan cercano a mí que me parece llevar contemplándolo toda una vida.
Unidos de por vida
En ocasiones, temo despertarme y comprobar que todo esto es una ilusión, y es que estar a tu lado es volver a saborear los recuerdos más dulces de mi tierna infancia. Eres la prueba tangible de mi demencia, de la pérdida total de mi juicio, pero, también, la certeza de que no estoy loco. Uno de tus hijos dijo una vez: «La fantasía abandonada de la razón produce monstruos imposibles: unida con ella es madre de las artes y origen de las maravillas». Y tú eres una de ellas.
Eres el esplendor de un sueño que lejos queda de ser desconocido. Podría señalar con los ojos cerrados las cicatrices que ocultan tus ropajes. Tus hazañas te hacen tan grande, noble y leal que no existe una palabra que defina tal magnitud. Una verdadera heroína, que en numerosas ocasiones ha hecho muestra de su humanidad y su alma caritativa lo que la convierte en inmortal.
Hoy quiero gritar tu nombre, quiero que todo el mundo sepa las ocho letras que lo conforman y el orgullo que siento al pronunciarlas, ¡te quiero, Zaragoza!
¡Te quiero, Zaragoza!