Uno de los inesperados protagonistas de esta cuarentena ha sido el papel higiénico, un bien que, al parecer, no hemos valorado hasta la declaración del estado de alarma. Estamos acostumbrados a su utilidad y ni siquiera nos planteamos cómo sería nuestra vida si no existiera. Los más pequeños pensarán que un mundo sin este recién adorado material es una distopía, pero, recordemos, hasta hace unas semanas, también lo era imaginar que un mal invisible nos obligaría a confinarnos en nuestros hogares. Se podría decir que este genial invento es muy joven pues sus orígenes se remontan a apenas unas décadas atrás. ¿Lo sabías?
El nacimiento del papel higiénico
De la noche a la mañana, aquellos rollos sustituyeron en los retretes de las casas a los cortes de papel de periódico colgados de un sencillo gancho de alambre. La mayoría de sus primeros usuarios murieron sin saber cuál de las dos caras del mismo servían para limpiarse. Una resultaba ser demasiado áspera. Otra, tan satinada y resbaladiza que no limpiaba…
Algunos alternaban su forma de usarlo. Unos días por una cara, otros por otra, es decir, como si le hubiesen preguntado antes a su culo: «¿brillo o mate?», como preguntan en las tiendas de fotografías. La cosa es que, el papel del elefante, como lo llamábamos, tuvo críticas negativas desde el primer día en que se puso a la venta. Muchos incluso llegaron a decir que aquel menester se había vuelto aburrido porque, mientras aliviaban su vientre, no podían distraerse leyendo los fragmentos de periódico, como lo habían hecho hasta entonces.
Útil y entretenido
Unas veces podía tocarte una noticia que había pasado desapercibida en su momento; otras, la cartelera de cines, teatros y salas de fiestas; otras, el último resultado de la liga española o la crítica a una faena de cualquier torero de fama. En cambio con el papel del elefante no se podía leer nada. Tenían razón algunos. Era muy aburrido.
Autor: Rafael Castillejo