Las luces de Navidad y la prisa por encenderlo todo

Este año Zaragoza va a encender las luces de Navidad antes que nunca. Casi no hemos guardado los cachirulos y ya tenemos estrellas colgando en el paseo Independencia. Es como si la ciudad hubiera decidido obligar a la Navidad a que llegue. A fabricar nuestras ganas poniéndonos bombillas.

Cada año lo mismo, pero cada año un poco antes. Y no se trata solo de luces, sino de lo que nos pasa. Vivimos adelantando los momentos felices. No sabemos esperar porque no soportamos el presente. Queremos que todo ocurra ya, todo el rato, como si la inmediatez nos protegiera de algo. De la tristeza, del aburrimiento, de nosotros mismos. Encendemos las luces como quien se tapa los ojos.

Y lo que pasa es que lo que nos duele es como el monstruo de la peli “It follows”. La vi ayer en Amazon Prime, y se pasa un rato bueno/malo. Va de una “maldición” que uno lleva y que hace que un monstruo asesino lo persiga. Solo te libras cuando te acuestas con alguien y así se lo pasas, como si fuera una ETS. Es buena, de verdad, aunque por mi sinopsis parezca que no. Bueno, que ese monstruo te persigue implacable, no se cansa, no se para, no se aburre, no se rinde. Solo te sigue a su velocidad y contra todo. Y puedes correr, pero tú sí que te cansas, y en algún momento te pararás, y el monstruo lo sabe. Sabe que va a ganar. Y no hay cervezas en La Lata de Bombillas, ni partidos del Casademont (del fútbol ni hablamos), ni tiras de luz en la Calle Alfonso que no se terminen. Y ahí te espera. Y no nos damos cuenta de que lo único que puede vencer a ese monstruo es la calma. Parar, mirarlo y abrazarlo aunque te cagues del miedo.

Pero la calma no vende. La calma no distrae. La calma no genera engagement. La calma no te hace comprarte esas zapatillas para sentirte bien un rato. Esas que no necesitas y que te vas a poner una vez, como mucho. Esas que luego te hacen sentir mal mirándote desde el armario. 

A mi, que trabajo en parte en redes sociales y vivo en la inmediatez y en el sobreestimulo 10 horas cada día (eso dice mi móvil) la calma es lo único que me hace sentir de verdad. Cuando en la oscuridad de la habitación hablo con mi hija sobre cómo nos ha ido el día, y me maravillo de lo lista y mayor que es. Cuando mi madre me hace tortilla de patata, y me siento a disfrutar de ayudarla con sus preocupaciones. Cuando mi chico me hace reír mientras paseamos, y me recreo un momento en el apoyo de su brazo sobre mi hombro. Cuando me voy a comer con Claudia y no grabamos, solo estamos y nos sostenemos la vida la una a la otra.

Quizá el problema no sea que adelantamos la Navidad, sino que ya no sabemos estarnos quietos un rato. Si tienes tiempo para parar, es que vas poco al gimnasio. No sabemos vivir sin la excusa de algo que viene. Cuando no hay una fiesta, nos la inventamos. Existe un día mundial de responder las preguntas de tu gato. Porque sin un horizonte que brille un poco, se nos cae el presente.

Así que sí, encendemos ya las luces. Y son bonitas, claro. No me gustan, me encantan. Pero también son una forma de huida. De disfrazar el cansancio con colores LED. De fingir que lo que necesitamos es más brillo, cuando lo que falta es descanso, silencio y conversaciones sin prisa.

Así que sí, encendemos ya las luces. Y son bonitas, claro. No me gustan, me encantan. Pero también son una forma de huida.

La Navidad llegará igual, la pongamos cuando la pongamos. Pero quizá lo que de verdad necesitamos no es adelantar las luces, sino encender otra cosa: la capacidad de esperar sin miedo. De estar contentos con lo que hay, sin escapar hacia lo siguiente. El momento presente es el único lugar que tenemos. La vida que habitamos debería ser una en la que nos guste vivir. La ciudad que habitamos debería ser una en la que nos guste vivir. Que nos sintamos orgullosos de ambas. Que no queramos escaparnos de ninguna.

Quizá esto suena poco festivo, y eso que yo adoro la Navidad. Pero me parece también que la felicidad no siempre está en lo que queda en el centro de las luces. A veces, está justo en lo que disfrutamos en la penumbra.

Las luces de Navidad y la prisa por encenderlo todo