Siempre estás criticando al ayuntamiento

Hay una frase que escucho de vez en cuando, como quien te indica dónde colocarte en el mapa de los opinadores: “Siempre estás criticando al ayuntamiento.” La pronuncian como si me estuvieran dando un diagnóstico. Como si mi voz ya estuviera adscrita a una trinchera y mi trabajo fuese el de vigilar la verja de la oposición. Como si siempre hubiese que elegir una camiseta para poder abrir la boca. Como si no me pudiera gustar la tortilla buena, solo puede ser o con cebolla o sin cebolla. Como si en mi wrap de spotify no sonasen en igual medida Bob Dylan, Bach y Antílopez. Como si solo se pudiera estar a favor o en contra de todo lo que ocurre. O conmigo, o contra mi. Y yo, mientras tanto, haciendo una sección de reels que se llama “No todo es blanco o negro”. A los acuario nos gusta ir en contra de los tiempos, pero las reacciones que genera no pegarse a una pared de un color, son desconcertantes.

Yo, honestamente, me sorprendo. Porque yo no estoy intentando ser “la que critica al ayuntamiento”. Ni por asomo. Estoy intentando ser la que mira su ciudad sin pestañear. Con toda la objetividad que me permiten mis ideas y el ser una persona pasional. Estoy comprometida conmigo misma a aplaudir lo que creo que funciona y cuestionar lo que considero no. Mande quien mande. Esté quien esté en el gobierno o ayuntamiento de cualquier sitio. Algo tan simple, que hoy me sorprende que parezca tan subversivo.

No estoy de acuerdo con que se cierren las zonas jóvenes. Me duele que se talen árboles que deberían ser sombra y refugio. Me cansan algunas soluciones que convierten la ciudad en un desierto de cemento. No lo digo por manía ni por postureo: lo digo porque cuando se reduce el espacio común, se reduce la vida. Porque una ciudad sin opciones para la juventud, sin árboles y sin lugares donde quedarse es una ciudad que empuja a sus habitantes a pasar rápido, a no pertenecer, a consumir sin detenerse. Y lo digo porque las tasas de Boreal no son una anécdota administrativa: son decisiones que definen quién puede participar del espacio público y quién se queda al otro lado del cristal. Criticar eso no es estar contra el ayuntamiento, es estar a favor de la gente que habita mi ciudad.

Del mismo modo, no tengo ningún problema en decir que hay cosas que se están haciendo muy bien, a mi modo de ver. Como esos 65 millones que se destinan a limpieza. Una cifra que se vuelve invisible porque funciona. Zaragoza está limpia —a pesar de nosotros— y eso es un logro de gestión que rara vez se aplaude. Pero yo lo celebro, porque nos suma una dignidad silenciosa tremendamente necesaria.

O la estrategia de la Navidad: luces, comercio, calles llenas, esa alegría colectiva que a algunos les parece superficial. A mí me resulta un sostén emocional anual. Y un motor económico real según los datos que he podido recopilar. Ojalá con las Fiestas del Pilar se vuelva a llenar tanto de alegría.

Lo que me preocupa no es que alguien piense que critico demasiado. Opinar es una parte importante de mi trabajo. Lo que me preocupa es que hayamos aceptado una lógica binaria: Si aplaudes, eres de los suyos. Si señalas un fallo, eres enemigo. Si haces las dos cosas… ya no saben dónde meterte. Y ahí está el problema, ¿hemos confundido el criterio con la militancia?

Y celebro también cuando se arreglan las pequeñas heridas: la parte trasera del Teatro Principal era una trampa para tobillos; ahora es transitable. ¿Arquitectura de premio? No. ¿Cuidados cotidianos? Sí. Y sobre todo celebro el proyecto que más me ilusiona: la renovación del Huerva. Un río olvidado que va a volver a ser parte de la vida. Era demasiado escandaloso, demasiado vergonzoso cómo estaba de dejado. Me alegro de que alguien se remangue y arregle semejante desastre que cruzaba la ciudad como una cicatriz infectada. Me alegra aunque vaya a traer ruido, polvo y discusiones. Porque las transformaciones importantes siempre traen inconvenientes, pero confío en que estos serán temporales, y lo que nos quedará es una arteria verde para vivir mucho más la ciudad.

Lo que me preocupa no es que alguien piense que critico demasiado. Opinar es una parte importante de mi trabajo. Lo que me preocupa es que hayamos aceptado una lógica binaria: Si aplaudes, eres de los suyos. Si señalas un fallo, eres enemigo. Si haces las dos cosas… ya no saben dónde meterte. Y ahí está el problema, ¿hemos confundido el criterio con la militancia?

Nos piden que escojamos bando para poder escucharnos. Pero las ciudades no son banderas. Son lugares donde uno quiere vivir mejor mañana que ayer. Sitios demasiado complejos como para tratarlos como un partido de fútbol.

Y yo no escribo para pertenecer a un color político. Escribo porque me importa el suelo que piso. Mi compromiso no es con quien gobierna la ciudad, mi compromiso es con la ciudad misma y conmigo. Porque yo siempre estoy queriendo a mi ciudad. Lo que no hago es quererla a ciegas.

Siempre estás criticando al ayuntamiento