Ya avisó durante el verano un reconocido economista, que dijo «este será el último verano que viviremos, tal y como lo conocemos, en mucho tiempo». Y es que el buen hombre —del que no dudo sobre su reputado conocimiento y experiencia en el ámbito económico y académico— aludía a la situación estructural del país y del mundo. Inflación disparada, guerras bilaterales con viso a internacionalizarse aún más, crisis postpandémica…
Y es que, en verdad, si nos paramos a analizar, no es momento de veranos, ni de Navidades, ni de casi nada en general. Pero eso, a mi entender, solo depende de la forma en la que veamos estas festividades. Si lo vemos como ese momento consumista, lleno de gastos, regalos y copiosas comidas, desde luego no sé si es el mejor momento para hacer celebraciones más cercanas a una bacanal que a una comida familiar.
Pero me niego en rotundo a pensar que estas son nuestras últimas Navidades, principalmente, porque en casa alguien vivirá sus primeras Navidades (y eso es mucho decir).
Balma llegó a casa —nació, para ser exactos— un 5 de enero. Pasamos el día de Reyes de 2022 en el hospital, comiendo un roscón medio rancio sentados en camilla y butaca de la clínica, su madre y yo, respectivamente, pensando en lo felices que éramos, pero también en el lío en el que acabábamos de meternos. Muchos miedos, muchas esperanzas
Así que ahora, con justo un año de experiencia en esto del vivir, es el momento de que descubra lo que significan las Navidades, y más, en Zaragoza. Las luces decorando las calles, los árboles adornando glorietas y la cabalgata de los Reyes Magos, que me he planteado decirle que es en su honor, en homenaje a su nacimiento.
Este año no solo será su primera Nochebuena, sino que además mi hermana se irá a vivir al extranjero —cosas del amor y de la valentía del que se siente seguro de tener un lugar y una persona a la que volar y unas raíces a las que volver—, así que será un año agridulce lleno de bienvenidas, primeras veces, despedidas y promesas que hacer, que seguramente acabaremos no cumpliendo, pero que llenarán las primeras semanas del año de buenos propósitos.
Será un momento de recordar lo distintas que fueron las pasadas Navidades —con una embarazada a punto de explotar, muchos sueños, pero muchos miedos—, de recogimiento, de celebrar el amor, la familia. De recordar a los que no están e imaginar cómo vivirían toda esta locura de vida que estamos intentando capear de la mejor manera que sabemos
Serán la excusa perfecta para reunirnos de nuevo, todos juntos. Todos los que todavía somos. Los que más nos vemos, pero también con aquellos que nos podemos juntar solo por esta excusa. Viajaremos también a Barcelona para disfrutar de unos días con sus bisabuelos, muchos primos y muchos tíos, tíos segundos, más abuelos…
Puede que este año la carta a Papá Noel, a los Reyes Magos y hasta al Cagatió —sí, es una niña afortunada— sea corta. Pero eso no quita ni un poco de emoción a lo que significan las Navidades. Porque el sentido real de estas fiestas no es sino la excusa para celebrar el amor.
Y el amor no entiende de inflación.
FELICES FIESTAS A TODOS Y A TODAS.