Siempre estáis comiendo

“Siempre estáis comiendo”. Esto nos lo dicen mucho a Claudia y a mí. Porque un día a la semana grabamos un vídeo para nuestras redes probando platos, tapas o dulces que son novedad, tradición o pequeñas rarezas de la ciudad. Un vídeo a la semana. Comemos muchas más veces; eso que quede claro. Y grabamos bastantes más cosas, pero esa no es la cuestión. Tampoco es que nos moleste que nos lo digan, en absoluto, es que nos llama la atención.

La cuestión es lo que significa la comida en nuestras vidas. Habrá quien piense: “qué maravilla, la comida”. Y habrá quien sienta angustia y diga: “mi peor enemiga”. Yo he estado en ambos bandos.

Hace poco, una persona en Instagram dedicó tiempo de su vida a abrirse una cuenta falsa detrás de otra para comentar los vídeos en los que salimos Claudia y yo y llamarnos vacas, focas, gordas… y ya, porque ni sinónimos ni creatividad eran lo suyo. Para empezar, no nos parecen insultos. Para terminar, sabemos que vienen de una persona que es la única responsable de su propia desgracia. Y, yendo a lo importante: ¿qué tiene en la cabeza alguien en 2025 para creer que sus movidas justifican llamar “gorda” a una mujer?

A nosotras nos ha dado igual, pero no siempre ha sido así, y no es así para todo el mundo. Esa persona quería hacer daño. Y a mí la voluntad de hacer daño me desconcierta. No la entiendo. A mí que la gente sufra me hace sufrir. No entiendo a quien le produce lo contrario. No comprendo ese proceso emocional; a esa gente le cierro las puertas. Además, con los años, me doy cuenta de que tienen un radar muy fino para encontrar a personas como yo.

Aragón tiene una gastronomía espectacular, aunque a mí no me gusten ni el ternasco ni las Frutas de Aragón. Pero la borraja con puré de patata y pimentón me hace profundamente feliz. Y no hay cebolla como la de Fuentes, ni melocotón como el de Calanda, ni jamón como el de Teruel. Eso es así. En pocos sitios he comido tan rico como en el Albergue El Beato, en el Palomeque o en El Buen Yantar.

En Estados Unidos se hizo un estudio que concluyó que 1 de cada 5 mujeres sufre un trastorno alimentario a lo largo de su vida. Me parecen datos de lo más optimistas. Yo tengo muchas amigas, tengo esa suerte y me esfuerzo en querer bien. Diría que quizá 1 de cada 5 no ha sufrido nunca un trastorno alimentario. Yo también soy optimista. Admiro profundamente a esa mujer de cada 5, de cada 10 o de cada 100 que nunca se ha visto vomitando en un baño tras una comida navideña; o retorciéndose de hambre en la cama una noche de primavera tras otra después de probarse un bikini. Casi todas hemos estado ahí, por muy fuertes que seamos. Recreándonos en el placer absurdo de tocar la clavícula y sentir el hueso.

Admiro profundamente a esa mujer de cada 5, de cada 10 o de cada 100 que nunca se ha visto vomitando en un baño tras una comida navideña; o retorciéndose de hambre en la cama una noche de primavera tras otra después de probarse un bikini.

Si miramos las películas, los anuncios, las series o simplemente leemos descripciones de personajes de libros, tiene toda la lógica. No hay cerebro que resista el bombardeo constante que dice que no vales si pesas más de X. Te lo dice todo lo que ves. Te viene de tu pobre madre y de tus primas. Te repite que ese trozo de carne blandito en la parte baja del estómago es tu mayor problema. Que mientras seas eso, no eres nada.

Mi abuela tiene 90 años y a veces me dice que tiene que adelgazar, que está muy gorda. Una señora adorable y enjuta. Una señora que no se puede incorporar del todo, que parece una letra C. Que tiene la memoria renqueando, quince nietos, que perdió a mi abuelo hace veinte años… y aún vive con la preocupación de que lleva más talla que a los 25. Da terror. Y no es ella la culpable.

Ahora llegan las fiestas. La Navidad es dificilísima para mucha gente. Pensamos que solo lo es para quien ha perdido cosas grandes. No sé cómo será para los demás. Yo he tenido mucho, soy afortunada, pero también he perdido mucho. Hace una década perdí a un hijo. Hace unos años perdí a mi padre. Hace unas semanas perdí a una pareja que creí para siempre. Esas pérdidas en contra de nuestra voluntad son las que nos arrasan y nos cambian. Ante ellas, es absurdo mirar si estás perdiendo los kilos que querías. Pero lo seguimos haciendo.

En fin. Me da vergüenza, pero no voy a decir que soy gilipollas por preocuparme del peso, como me he dicho tantas veces. Voy a decir que soy el resultado de ver miles de películas donde la valía se medía en tallas. Donde o eras la protagonista o eras la amiga gorda. Solo había dos papeles. La amiga gorda era graciosa y ya está. La protagonista tenía todo y acababa siendo feliz. Menos mal que la ficción no es la realidad. Porque yo he sido ambas. Y he comprobado que ser feliz no depende de tu melena, ni de tu talla, ni de tu novio, ni de tu gracia. Menos mal.

Con lo que somos y lo que no, con lo que tenemos y lo que perdemos, yo sigo amando la Navidad. A estas alturas, imagino que eso sí será para siempre. Ya he dicho que soy optimista. Solo espero sembrar un poco de cariño entre quienes me rodean para que puedan disfrutarlas sin pensar en las chorradas que duelen y no importan, y sí en las chorradas que hacen felices.

Quizá lo único que podemos hacer ahora es desaprender el espacio. Dejar de creer que nuestro cuerpo es un examen que nunca aprobamos. Recordar que no somos la protagonista ni la amiga gorda de ninguna ficción ajena. Somos mujeres vivas, con historias reales, que han cargado demasiados inviernos con culpas que no les pertenecían.

Si en estas fiestas conseguimos liberar aunque sea una de ellas, ya será un comienzo.

Siempre estáis comiendo