Algunos creen que cualquier tiempo pasado fue mejor; pues bien, respecto al tema de los bares míticos, no hay lugar a duda.
BARES MÍTICOS DE LOS 80 Y 90, LA ZONA DEL CASCO VIEJO.
El Casco. Así conocido por todos los parroquianos fieles que acudíamos sábado tras sábado a nuestros sitios de culto favoritos. Daba igual por dónde empezaras el viacruzis, personalmente empezábamos por El Corto Maltés, mítico garito pequeño pero acogedor donde evidentemente se entraba ya de canto para pedir una cucaracha, mejunje del infierno que había que beber ardiendo, era la época del humo en los bares, poca luz, bullicio y música a tope, dónde nadie salía a beber fuera, por cierto una de las bazas fuertes del Corto era la buena música que ponían.
Al salir de aquí y para no andar mucho al Jardín del temple, garito mucho más grande y con música más comercial y con peculiares olores conforme te acercabas a la zona de los baños, pero… daba igual.
Siguiendo el camino de la pereza y a menos de cinco metros en la misma acera todos a cantar a la Pianola, que era el principal atractivo del bar en sí, un señor tocando una pianola y todos intentando graznar algo que no conocíamos, pero la diversión estaba asegurada.
Saliendo de la Pianola y si podías en medio de las riadas de gente cogías el primer callejón a la derecha y nos encaminábamos al Casablanca a seguir bailoteando y bebiendo birras, eso sí siempre con la música a tope y el garito lleno de humo, de ahí la típica frase de madre ¿Dónde os habréis metidooo?
Y siguiendo con la dinámica de andar poco unos metros más adelante el Olmo Rosa, que siempre nos preguntamos el porqué de ese nombre tan cursi, este también era un garito amplio y generoso dónde siempre encontrabas colegas.
Para cambiar un poco de lado y hacia la plaza San Antón y en la calle Prudencio estaba La Campana Underground, para todos los mortales… La Campana. En este emblemático garito si tenías suerte podías asistir a algún concierto que otro en vivo, que organizaban en la planta de abajo, y en la de arriba más humo, más música, en fin… insuperable.
Y para terminar y era uno de los que más tarde cerraban (no como ahora) a la Bodega, bajar por esa escalera estrecha y empinada sin fin, llena de gente, era toda una aventura, pero llegabas abajo y eso era el paraíso, siempre ambientazo, era imposible no dejarte arrastrar por él y hasta que el cuerpo aguantara.
Ya sé que me he dejado algún otro bar mítico de esta zona, como La Cucaracha, La Recogida o el Licenciado Vidriera, pero sería muy difícil no dejarnos algún bar en el que pasábamos esos Sábados por la noche como si no hubiera otro, por eso pienso que cualquier tiempo pasado fué mejor….