Las urbes crecen y cambian a lo largo del tiempo. Lo que en el pasado eran unas cuantas casas arremolinadas en torno a tranquilas plazoletas dio paso a grandes avenidas llenas de gente, bullicio, plagadas de edificios futuristas e imponentes. El centro de Zaragoza no se ha librado tampoco durante las diferentes épocas de un sinfín de transformaciones. Ha ido mutando, convirtiéndose con el paso de los siglos en la metrópoli extensa y enérgica que es hoy.
Un tesoro oculto a la vista de todos en el centro de Zaragoza
Independencia, Sagasta, Gran Vía… todas ellas representan buenos ejemplos de arterias de renombre que surgieron al calor de la modernidad y que en la actualidad articulan una ciudad grande y ambiciosa. Pero no todo es tráfico, agobios y prisas, la capital aragonesa aguarda zonas céntricas más tranquilas y desconocidas, alejadas del mundanal ruido, que nos permiten desconectar, relajarnos y disfrutar de plácidos paseos rodeados de naturaleza y arquitectura peculiar.
Entre la Plaza de San Francisco y el río Huerva encontramos una de ellas, quizá de las menos referenciadas, demostrando que a veces existen muy cerca tesoros invisibilizados por la rutina urbanita. Se trata de un compendio de casas históricas, algunas de ellas con jardín, entremezcladas formando calles intimistas que harán las delicias de cualquier enamorado de la vida sosegada del ayer. Pese a que el desarrollismo deslució a lo largo de las décadas el planteamiento original, en el presente podemos disfrutar todavía de parte de su legado.
La ciudad se abre a la modernidad
El proyecto de urbanización de la colonia partió del interés del consistorio local de construir viviendas que pudieran satisfacer las necesidades de los habitantes de estos terrenos, circundantes al flamante ensanche y al cauce del Huerva.
Integrado por varias etapas, el plan de crecimiento hacia el sur, llegando hasta el actual Parque José Antonio Labordeta, incluía reservar un 40 % de los terrenos a las denominadas casas baratas, dirigidas a las rentas más bajas, y el 60% restante a las económicas, destinadas a la creciente clase media. Inmuebles que disponían de subvención pública, como las recientes VPO, facilitando la adquisición en cómodos plazos por parte de diversas clases sociales. Un ámbito diferenciado, compuesto por unifamiliares y edificios amplios provistos de comercios y sótanos, que aportaban carácter al nuevo desarrollo.
La Sociedad Aragonesa de Urbanismo y Construcción (SZUC), que financió también por aquel entonces el cubrimiento del rio, fue la principal encargada de gestionar la inversión a finales de los años veinte, posibilitando una oxigenación del entramado urbano, respetando las zonas históricas del centro de Zaragoza y mejorando las condiciones de la población trabajadora.
Viviendas originales con sello
Una de las características principales de la intervención fue sin duda la apuesta por diseños singulares, concebidos por arquitectos de renombre como el zaragozano Miguel Ángel Navarro, el bilbaíno Secundino Zuazo o el barcelonés José María Ribas. No podía tratarse de una barriada cualquiera sino que debía lucir sello para completar de forma elegante un espacio antiguamente descuidado.
Las siete manzanas proyectadas dedicaban tres para viviendas colectivas, otras tres para hotelitos o viviendas unifamiliares y una más amplia asignada al colegio Padres Carmelitas. En el caso de las primeras se contaban hasta 208 viviendas y 20 tiendas mientras que en el caso de las segundas reservaban 54 viviendas. Un sector más amplio posterior extendería aún más la capacidad habitacional.
Las construcciones gozaban de tipologías variopintas que permitieron generar un conjunto de excepcional personalidad. Incluían tejados tradicionales, torreones, balconadas ilustres o ventanas de madera, imprimiendo un sello único a la miscelánea.
Si bien es cierto que la joya de la corona son los hogares individuales dado su empaque y localización, no hay que dejar de lado los bloques comunales, o viviendas de vecindad, situadas parte en el área citada pero también más lejos, junto a la vigente calle Cortes de Aragón.
Un legado modificado pero que permanece
Es innegable que las distintas generaciones de urbanistas y autoridades municipales han impreso su firma a la hora de estructurar la ciudad, con mayor o menor fortuna. Pero ciertas operaciones desenfrenadas, muy típicas de épocas grandilocuentes a mediados y finales del siglo XX, han tendido a borrar parte de la esencia original.
En el caso de esta urbanización han quedado para la posteridad parte de las viviendas más características acompañadas, eso sí, de nuevas edificaciones de formas variables, algunas de carente gusto, otras más atractivas, que han dado pie a una macedonia de estilos.
Un paseo con vistas por el centro de Zaragoza
No obstante merece la pena, sin lugar a dudas, darse una vuelta y comprobar la belleza y equilibrio que destilan aún las señoriales casas unifamiliares que han sobrevivido. Los vecinos e inversores contemporáneos han contribuido además a enriquecer los domicilios. ¿Cómo? Con hiedra, setos cuidadosamente recortados o desarrollando nuevas actividades comerciales como espacios hosteleros.
Los edificios comunitarios han conservado su fisionomía, siendo restaurados, repintados y aportando un aspecto más alegre y elegante al barrio.
Tras este repaso es obvio que muchos tendréis ganas de (re) descubrir este interesante y curioso oasis enclavado en pleno centro de Zaragoza. Y la primavera es el momento ideal. ¡Todos a pasear!