Pues sí, la llegada del primer bote de leche condensada a mi casa fue, como casi todas las cosas entonces, todo un acontecimiento. Como dijo mi abuela, aquello era… para lo que era. No hizo falta nada más para que yo comprendiera que aquel delicioso producto no era para que me lo zampase a cucharadas, sino para ser consumido por toda la familia en el desayuno cuando faltase la leche de vaca… o de cabra. Aun así, reconozco que más de una vez me tentó aquel bote de color blanco.
¿A quién no? Años más tarde me enteré de que su invento se debe al maestro confitero y cocinero francés Nicolás Appert que, en 1820, descubrió este producto extrayendo el agua a la leche de vaca y agregándole azúcar. De esa manera, la leche se conserva durante años sin refrigeración, mientras no se abra el envase.
Después, la cantidad y variedad de suculentos postres que se pueden hacer con ella dependerá de la habilidad de cada cual y del poco miedo a engordar que se tenga. Si no fuera por esto último, yo sería el mayor consumidor de leche condensada en el mundo.
Autor: Rafael Castillejo