He estado desaparecido, lo sé. No solo de estas «firmas», sino de todo en general. Ni rastro de nuevas publicaciones, algún post desesperado.
El 2023 llegó como un alud que nos ha superado a todos. Son temas personales que no detallaré, pero que han sumido a esta primera parte del año en una vorágine de cambios, penas y alegrías —pocas— que no se olvidarán en mucho tiempo.
Son cosas que le pasan a todo el mundo, pero que cuando rozan a uno se convierten en el motivo de su existencia. Cosas que parece que nunca nos tocarán y… que de repente nos tocan. Pero es que la vida es así. Hay finitas cosas que pueden pasarnos, finitas emociones que sentir. Y si no toca una, toca otra. Pero siempre acaban tocando.
En fin, que no quiero parecer místico, ni que este texto suene demasiado personal. Solo pienso en que tenía redactado un artículo para enero sobre cómo vivir las Navidades con un bebé de un año, que hablaba mucho y bien de la Zaragoza navideña y que, de repente, me he plantado tras Semana Santa pensando en qué escribir.
Pero escribo esto, os lo escribo —lo siento— porque, de lo contrario, sé que no volveré a escribiros. Y necesito sacarme esta espina, volver a limpiar mi mente, poner negro sobre blanco algo que suene a excusa para así, con suerte, poder volver a escribiros mi firma mensual.
Solo os diré que las Navidades fueron crudas y por eso no quise escribir sobre ellas.
Pero esta Semana Santa ha sido más liviana. Balma conoció lo que significa esta celebración de la Pasión en nuestra ciudad —la conoció, pero también la bailó sobre mis hombros al ritmo del tambor. Lo siento por los puristas y más religiosos que podrían considerar ese bailecito como una ofensa a la conmemoración, pero es complicado pedirle a una niña de un año que no mueva las manos al son del bombo y aplauda al final de cada composición— y pudimos vivir, de nuevo, momentos felices.
Todo pasa.
Todo llega.
Feliz primavera.
Felices flores.
Gracias por la espera.
Nos leemos.